73

miércoles, 24 de julio de 2013



—¿Nunca has querido saber qué hay más allá de esto?
Aquella pregunta jamás debería haber salido de los labios de Jorge y tanto él como yo éramos conscientes de ello. Sin embargo, decidí darle una oportunidad de arreglarlo. Dejé que sus palabras se evaporasen en el aire, me di media vuelta y no contesté.
Con un poco de suerte, nadie se enteraría. A Jorge le perdonarían la vida y no volvería a hacer una estupidez como aquella. Pero él no pudo apreciar el regalo que intentaba hacerle. Siempre le culparía por ello, hasta mi último minuto.
—Oh, venga ya. —Seguía hablando y yo empecé a llorar. ¿Por qué no podía cerrar la boca? ¿Por qué no podía dejarlo pasar?-. Nadie puede prohibirte pensar, nadie debería…
El ruido sordo que silenció sus palabras me desgarró el corazón. No me hacía falta mirar para saber que mi amigo acababa de caer al suelo, muerto como tantos otros. Lo habían fulminado como quien acaba con una mosca.
—Date la vuelta. —Me quedé quieta, temblando para el disfrute de esa voz desconocida. Si no me movía, tal vez me perdonase la vida—. No voy a repetírtelo, 73.
Así que obedecí, a sabiendas de lo que iba a suceder. Las lágrimas empaparon mis mejillas, aunque estuviera prohibido llorar. Apreté los dientes e intenté no temblar, comportarme de la forma más digna posible.
No se me daba bien eso de la dignidad. No se me daba bien quedarme callada cuando me iban a matar. Aquel hombre alto y de fríos ojos azules parecía creer que apuntarme con una pistola estaba bien solo porque llevaba un uniforme.
—Algún día te acordarás del número 73.
Él disparó, impasible. La bala me rasgó por dentro, me rompió el cuerpo y me atravesó, causándome un dolor que no había sentido nunca antes.
En aquel trastero de mala muerte, el número 73 dejó de respirar.
Morí.

Ser un idiota

jueves, 18 de julio de 2013

Era agosto, pero hacía frío. El cielo estaba nublado y cualquiera diría que iba a llover. A pesar de eso, estábamos en el jardín. Nos habíamos dejado caer sobre el césped, intentando alejarnos del mundo. Estábamos demasiado influenciados por las circunstancias como para poder levantarnos, demasiado destrozados como para tan siquiera pensar en esa posibilidad.
A decir verdad, nos lo teníamos merecido. Éramos unos egoístas y ni siquiera nos molestábamos en intentar ocultarlo. Llevábamos horas haciéndonos daño el uno al otro, rompiéndonos en el proceso pero demasiado orgullosos para rendirnos. Y yo me había propuesto ganar. No iba a dar mi brazo a torcer, no con ella.
-Eres un maldito idiota -dijo, volviendo a empezar.
Yo sonreí un poco, muriéndome de ganas de reírme en voz alta. Pero no lo hice, porque una parte de mí sabía que no soportaría las consecuencias. Por mucho que intentara fingir que éramos iguales, podría destruirme con solo un parpadeo. Y, en lugar de ello, me llamaba idiota.
-¿Crees que soy tan fácil de ofender?
Eso la hizo enfadarse más de lo que hubiera podido imaginar. Se incorporó, furiosa. Me di cuenta de que esta vez sí que se había propuesto insultarme. Sentí un nudo en el estómago que me aprisionaba, dispuesto a rasgarme desde dentro.
-Creo que te piensas que eres un héroe y te quedas en estúpido. Esa gente no existe, y cuanto antes lo aprendas, mejor. Esto es de verdad, no una película en la que todo sale bien. Así que déjalo. No vas a impresionarme si te tiras de cabeza desde un rascacielos, porque no sobrevivirías.
»En la vida real, tú te quedas en un revoltijo de huesos rotos. Y yo me río, porque todo es muy gracioso y tú sigues siendo un maldito idiota.

Sobre Skye

miércoles, 17 de julio de 2013

Skye era una persona diferente a cualquier otra que hubiese conocido jamás. Tenía los ojos del color verde de la hierba, se reía de una forma que me hacía desear detener el tiempo y era capaz de enfurecerse tanto que parecía un volcán en erupción. Era una artista, una luchadora, una valiente.
Había quien la llamaba excéntrica, había quien decía que era demasiado extraña para estar bien de la cabeza. Pero yo sabía la verdad, porque era la única respuesta posible a las preguntas que ella no había querido responder. 
(Y es que era una experta en evitarme). 
Su corazón nunca dejaría de latir, sus pulmones nunca la harían expirar. No tenía prisa, porque para ella ese concepto resultaba estúpido. En cierto modo, era una existencia terrible. ¿Cómo se vive sabiendo que nunca morirás? Bastante extraño era ya que no hubiera caído en el cinismo, en la locura absoluta.
Siempre recordaré el día en que me atreví a decírselo, a convertir el rumor sordo de mi mente en palabras dichas en voz alta.
-Eres inmortal.
Ella se rió, pero no le había hecho gracia.
-Solo los idiotas se dejan matar, ¿sabes?
Yo me reí también, pero seguía sin entenderlo… todavía.
De un pajarito llamado Azul. Con la tecnología de Blogger.

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15. Quería ser una batalla, pero me quedé en persona. Tres victorias a mis espaldas (y mil sueños en el futuro).
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